Buenas noches, soy Jim Collins,
más conocido a nivel internacional como ‘el Malhechor de la Ensalada’. Si no
han oído hablar de mí, cosa que dudo, les aclaro que mi maravilloso nombre
artístico fue obra del periodista Rocky Joe Malone, que se refirió a mí en su
reputada columna del periódico local como el
peligroso psicópata que atemoriza a toda la ciudad con sus crímenes con aceite
de oliva, cebolla, lechuga y, en algunos casos, huevo cocido. Básicamente,
mi modus operandi consiste en esperar
en algún rincón oscuro al incauto adecuado (preferiblemente con un peso menor
de 130 kilos) y golpear a la desprevenida víctima con un puerro repetidas veces
hasta hacerla perder el conocimiento y entonces aliñarla brutalmente. En los
círculos más cool y prestigiosos de delincuentes
famosos todos me conocían por mi manía de utilizar, para mis verdes fines, exclusivamente
productos de primerísimo nivel y, a menudo, recién sacados de la huerta. Mis
últimas víctimas han sido la sensual señorita Ensalada Mixta y su marido,
banquero de profesión, el señor Ensalada Romana. Por si fuera poco, me siento
muy honrado al anunciarles que hace pocos días se hizo oficial la noticia de
que me será concedida una estrella en el paseo de la fama, acto precedido por
una gran fiesta donde se darán cita las mayores celebridades del país.
Pero, queridos amigos, ahora todo
se derrumba y mi vida pierde poco a poco su brillo. El colectivo ecologista Salvemos a las Berenjenas presentó una
demanda contra mí porque consideraron inaceptable que exprimiese una berenjena
transgénica en la nariz de la señorita Ensalada de Queso en lugar de una
ecológica que cumpliese con la estricta normativa internacional. La justicia,
con inusual presteza, ha dictaminado una orden de alejamiento por la cual no
puedo ni debo aproximarme a menos de 500 metros no sólo de una berenjena sino
de cualquier otra Solanácea.
He pensado repetidas veces en el
suicidio, pero cada vez que coloco con esmero cebolla picada en las orejas de
un anciano recupero las ganas de vivir.